HISTORIA

CON MÁS DE 50 AÑOS SIRVIENDO A PUERTO RICO

 

H ay historias que inician con el clásico ‘había una vez’, historias que comienza, transcurren y terminan siempre en el pasado, historias en las que hay triunfos y derrotas, en fin, historias que jamás dejan de ser ficción y donde nunca, nunca son de verdad ni las risas, ni las lágrimas ni los corazones.

De la misma forma, hay historias que nunca han terminado de contarse porque siguen escribiéndose todos los días, porque son historias de la vida real, porque son historias en las que las risas en verdad se escuchan y las lágrimas en verdad corren y los corazones en verdad laten.

La historia de don Andrés Reyes Burgos y su familia pertenece desde luego a la segunda categoría, con unos inicios que se remontan a los albores de la década de los años 50 del siglo pasado, cuando don Andrés y Elena Rivera se conocieron muy jóvenes en el barrio Guaraguao, en Bayamón para enamorarse, casarse y así sentar las bases de una de las familias puertorriqueñas que son uno de los mejores ejemplos de trabajo, compromiso, solidaridad e integridad, atributos que han sido el andamiaje de ARB Waste, empresa orgullosamente boricua y familiar que ha dado un sentido trascendental a lo que significa su lema que afirma su amor por la basura.

Dicen que no es la historia sino quien la cuenta… y quiénes mejor que tres de los hijos de don Andrés y doña Elena para rescatar de la memoria familiar los recuerdos de aquellos inicios del clan, incluso antes de que el cartón usado se convirtiese, no solo en una generosa mina para alimentar, vestir y dar techo a todo un ejército de descendientes, sino también en la primera piedra con la que don Andrés y compañía habrían de comenzar a construir lo que hoy es una empresa líder en el ámbito del manejo y disposición de desperdicios sólidos.

Abilio, Benedicta y Siria Reyes no olvidan sus respectivas infancias, cada cual con sus sueños particulares, pero con circunstancias comunes, creciendo en el seno de una familia siempre unida y en constante crecimiento, pero al mismo tiempo con las privaciones propias de una aguda estrechez económica en la que don Andrés hizo de todo para que el pan nunca les faltara, desde vender quincalla y guiar un carro público, hasta ser sastre, destilar pitorro y administrar una barra.

“Papi fue muy trabajador y siempre nos inculcó eso con una disciplina muy rigurosa”, dice Benedicta. “En casa éramos muchos hermanos y nos daba de todo juntos, desde la varicela y loa catarros, hasta los castigos y las palizas. Papi no perdonaba y quizá es por eso que ahora estamos donde estamos y tenemos lo que tenemos, por la manera como nos los enseñó… desde antes del cartón”.

Antes del cartón…

Como si fuese una historia bíblica -todos ellos coinciden que su amor a Dios y a Jesús ha sido la clave de su éxito empresarial y personal- la de la familia Reyes Burgos y la de ARB Inc. se divide en un “antes” y en un “después” del cartón, con recuerdos difusos de aquellos días de los 50 y los 60 de siglo pasado en el barrio Juana Matos, en Cataño, donde el hogar de la familia comenzó a echar las raíces que hoy se extienden por buena parte de esa comunidad en la que este clan ha dejado una profunda huella gracias a la manera como la ha hecho parte de su éxito empresarial.

Aquellos años de la década de los 60 y 70 fueron marcados para los hijos de don Andrés y doña Elena por la constante llegada de nuevos hermanos que obligaron al patriarca a buscar sin cesar una nueva manera de obtener los recursos necesarios para mantener la siempre creciente familia.

“Papi solo estudió hasta el tercer grado pero era muy bueno para los números”, recuerda Siria. “También tenía una gran habilidad para la música… tocaba de oído cualquier instrumento. Siempre quiso enseñarnos a todos a tocar alguno ‘a la brava’”.

“Cuando empezamos a recoger el cartón en los supermercados, papi aprovechaba todos los créditos, o sea, los productos que se desechaban porque se les dañaba el empaque o se doblaba la lata”, explica Billy. “Íbamos con una caja vacía y ahí echábamos todo lo que no se podía vender. Nos daban también postas de carne y guineos medio dañados a los que papi le cortaba lo podrido y nos comíamos el resto… no se desaprovecha nada”.

“Papi siempre fue un buen proveedor”, recuerda Benedicta. “Hacía y buscaba, hacía y buscaba, hasta que se metió en las cosas de Dios y ahí el señor le mostró cuál debería ser su camino. Así fue como reconoció que la basura era un campo relativamente virgen y generoso para ganar lo necesario para ganarse el pan, el vestido y el techo de todos nosotros. Claro que hubo escasez, y mucha. Solía ganar una miseria en todo lo que hacía, pero nunca nos faltó algo para comer”.

Tanta escasez los marcó a todos de una manera indeleble. El carácter de don Andrés era muy fuerte y explosivo, con una disciplina férrea, inflexible… con frecuencia demasiado fuerte. “Los varones solían llevar la peor parte”, recuerda Siria. “Las cosas tenían que ser como el quería, pero creo que gracias a eso hemos llegado a donde estamos, como familia y como empresa”.

La llegada del cartón a principios de los 60 pronto demostró ser una fuente de estabilidad para el hasta entonces incierto caminar de don Andrés por diversos quehaceres. “Dondequiera que papi veía un cartón tirado, se bajaba del carro y se lo llevaba”, explica Billy. “Al poco tiempo ya estábamos todos los hermanos recogiendo cartón en las calles para llevarlo a vender a una procesadora de papel que estaba en el Barrio Amelia, en Cataño, en una guagua F-150 amarilla”.

“Claro, por las mañanas todos íbamos a la escuela -agrega Billy- pero a la salida, papi nos recogía para recoger el cartón. Nos dejaba en Bayamón para recorrer todo el pueblo por el área de la plaza de mercado, los supermercados, almacenes, colmados y cafetines. Terminábamos como a las 9 de la noche”.

El negocio comenzó a caminar muy bien y don Andrés y su tropa empezaron a cerrar contratos con los supermercados Grand Union, y las llamadas “comisarías”, donde los Reyes recogían, no solo el cartón, sino también la basura, por $100 a la semana Vendían el cartón y la basura la tiraban en alguno de los vertederos de San Juan, Bayamón y Cataño.

El volumen de trabajo siguió aumentando y para mediados de los 60 compraron su primer vehículo de plataforma para transportar el cartón a su destino final en Arecibo y varias guaguas para el recogido. “Yo tenía unos 13 años y mi papá me ponía a guiar ‘esplacao’ sin licencia, claro”, dice Billy. “Todos los hermanos éramos los choferes con no más de 15 años de edad. Si un guardia nos detenía, llamaba a papi y entonces él nos regañaba delante del guardia y nos preguntaba por qué habíamos cogido la guagua sin permiso”.

Pronto el negocio fue demasiado grande para que solo lo atendieran don Andrés y sus hijos -6 mujeres y nueve varones- y comenzaron entonces a emplear a jóvenes de la comunidad. La actividad comenzaba desde la madrugada. Doña Elena siempre acostumbró a preparar desayuno y almuerzo para todos los que trabajaban en la empresa. Cuando algún vecino protestaba por el negocio, don Andrés le compraba la casa y así siguió creciendo el solar donde vivían y trabajaban.

“Nosotras la mujeres teníamos que trabajar también”, apunta Siria. “Al salir de la escuela, regresábamos a casa, nos quitábamos el uniforme, nos poníamos cualquier mahón -porque no había mahones de nena- y nos dedicábamos a doblar el cartón y cargar la plataforma que lo llevaba hasta Arecibo, todos los días… teníamos que dejarlo perfectamente alineado dentro de la plataforma, que no sobresaliera de los bordes”.

“Dábamos trabajo a mucha gente de Juana Matos y el servicio que ofrecíamos era muy bueno y barato… esa fue la clave para esa expansión tan grande que tuvimos en pocos años”, señala Billy. “Llegaba buen dinero y papi siempre fue un gran administrador y un hombre de palabra. En 1971 compramos nuestro primer camión ‘rear loader’, de la Mack, a una empresa que estaba en Tres Monjitas. Ese Mack papi lo compró, no tanto para recoger basura, sino para compactar el cartón. Ya más tarde, a mediados de los 70 comenzamos a comprar los otros trucks para recoger la basura”.

“Teníamos dos casas de madera”, recuerda Benedicta. “Cuando llovía, el agua llegaba al piso. Eran casas llenas de camas, con literas. Desde muy niños todos nos dimos cuenta de que no teníamos otras opciones, sino trabajar en el negocio. Crecimos en eso y nos acostumbramos a trabajar desde muy pequeños hasta las 10 y 11 de la noche, los varones, recogiendo los cartones; las mujeres, cargando la plataforma. Una vez cargada, los varones hacían los amarres. De tanto trabajar, teníamos unos cuerpos brutales”.

Hasta antes de que la familia Reyes Burgos comenzara a tener éxito en su negocio, no había mucha competencia, solo la Browning Ferris y luego la Metro Waste. “Pero cuando la gente nos vio y se dio cuenta de que el cartón y la basura eran buen negocio, muchos comenzaron a hacer lo mismo, pero no contaban que nosotros éramos muchos y papi sabía manejar muy bien el negocio”, señala Billy.

Era aquel ambiente un tanto difícil y hostil para las mujeres, algunas de ellas vieron en el matrimonio una oportunidad de liberarse. “No nos dejaban tener novio”, dice Benedicta. “Varias de nosotras nos casamos temprano, muy jóvenes, para salir de eso. Mami fue una esclava siempre, la primera en levantarse y la última en acostarse, toda su vida. Tenía que hacerle todo a papi. La diversión para nosotras era en el mismo barrio, en la casita de madera y los alrededores: brincábamos ‘cuica’ y quizá una vez al año nos regalaban una muñeca que de repente desaparecía, yo no sé si para esconderla y regalárnosla de nuevo al siguiente año”.

“Fue bien difícil”, agrega Siria. “Llegábamos de la escuela y, si no había cartón para doblar, teníamos que sacudir todos los mosquiteros de donde dormían los varones. Y fregar. Recuerdo que todas la noches mami tomaba un cubo de agua para lavarle los pies a mi papá, que también fue pastor de iglesia en Juana Matos y nos llevaba a los servicios”.

En su mejor momento durante la vida de don Andrés, el negocio llegó a tener unos 80 empleados y una flota de varios vehículos que daba servicio a varios municipios y clientes privados. El deceso del fundador de la empresa en 1991 marcó el fin de una época para ARB y el inicio de un periodo de retos y dificultades para sus sucesores que llegaron a poner en riesgo su existencia, en especial entre los años 2001 y 2007, cuando se vieron en la necesidad de hacer una reestructuración radical de la operación, renovar personal administrativo y revaluar los alcances del negocio cuya expansión se había ido más allá de las posibilidades de control de los directores.

“Desde 1989 papi empezó a declinar, hasta que murió dos años después”, recuerda Siria. “Entonces los bancos se preocuparon por el futuro de la empresa y los herederos comenzaron a reclamar su parte de la herencia y tuvimos que pagarles a todos. Eso nos puso en problemas pero en un año les saldamos a todos”.

“La pasamos muy mal entre el 2001 y el 2007, sobre todo por la falta de control en la administración”, agrega Siria. “Por esa mala administración estuvimos a punto de irnos a la quiebra: quisimos abarcar mucho y se nos fue de las manos. Hicimos una reestructuración completa y desde el 2010 estamos muy sólidos y creciendo gracias, entre otras cosas, al gran desempeño de nuestra contralora Marge López. Tenemos un equipo excelente”.

Actualmente la empresa tiene alrededor de 450 empleados y 140 vehículos, con decenas de ‘front’ y ‘rear’ loader, para dar servicio de recogido de cartón y recogido y disposición de basura a más de 3,500 clientes, tanto del sector privado como gubernamental.

Esta consolidación de ARB como líder en su ramo -no solo con el cartón y la basura como objetivo, sino con un alcance más trascendental, vinculado a la salud ciudadana y a la belleza de Puerto Rico- está muy vinculada -aseveran los hermanos Burgos- a su fe en Dios. “Desde que mi hermano Toñito nos pidió permiso para usar el comedor para hacer una iglesia y se lo cedimos para eso por las noches, esto se empezó a llenar”, explica Siria. “Llegó gente de toda la barriada, y, como no se daban abasto, le fuimos dando más espacio para la iglesia que se llama Templo Misión Divina. No hemos parado de recibir bendiciones. Mi hermano murió y su esposa sigue como pastora. La bendición para todos nosotros ha venido de ahí”.

Además de la fuerza enorme de esa fe, mucho ha tenido que ver también en el éxito de ARB la cultura de trabajo que siempre se ha abonado en su seno. “A todos los que trabajan aquí los tratamos como si fuesen de la familia”, asevera Benedicta. “Somos disciplinados, pero también tenemos un credo de amor muy grande para todos los que trabajan con nosotros. Papi fue una persona muy amorosa a su manera y eso nos inculcó”.

Con varios proyectos en agenda, ARB mira con optimismo el futuro, siempre con la fuerza que esta historia de éxito ha dejado en el espíritu y en el alma de los descendientes de don Andrés, una historia sembrada de risas, de lágrimas y de mucho corazón.